sexta-feira, 30 de novembro de 2012

ANDALUCÍA... ES DE CINE!!!

 
EL TURISMO EN ESPAÑA ES ALGO MÁS QUE UN NEGOCIO
 
La cantante maravillosa es "Niña Pastori" y Cádiz es el marco de este video realizado por la Junta de Andalucía.
 
prof. Juan Carlos Lozano Guzmán >> Círculo Hispano do Brasil

terça-feira, 23 de outubro de 2012

Marcianillo y Cia: Revolución!

 

Para KARMEN CHiC de su padre Juan Carlos Lozano Guzmán

domingo, 21 de outubro de 2012

CICLO DE CINE EN ESPAÑOL - 1ER CEPOE - UCPEL/CÍRCULO HISPANO



Organizado por los profesores:
 MATILDE CONTRERAS Y
 JUAN CARLOS LOZANO GUZMÁN

terça-feira, 16 de outubro de 2012

GRUPO DE ESPANHOL DEL SEST-SENAT 2012 T.MAÑANA


                     ojo FAMILIA
 



segunda-feira, 15 de outubro de 2012

EL MUNDO DE CRISTAL


    Publicado por Juan Carlos el abril 28, 2009 a las 5:30pm  em todoele

Hubo un tiempo en que la humanidad era diferente de como la conocemos hoy día, era transparente, era de cristal. De alguna manera la esencia era parecida… barro, tierra, agua… pero en aquellos días antiguos el fuego era el elemento esencial, marcaba su presencia por doquier, el fuego era la vida. Los volcanes eran muchos y todos ellos activos. El aire, por llamarlo de algún modo, tenía una venenosa mezcla de metales pesados. Los ríos eran de lava candente y serpenteaban por todo lugar hiriendo la emergente corteza de tierra negra e iluminando de oro y sangre la cruel noche más allá de la pre-historia que imaginamos. Así, extrañas formas de vida unicelular progresaron sin saber exactamente a que reino irían a parar. Muchas de ellas parecían animales pero eran vegetales en realidad; otras parecían vegetales pero realmente eran minerales… En aquella confusión inicial aquel “homo vitreo” apareció (no sabemos bien como) para ser una figura diferenciada. Desde sus inicios contó con la bendición de dominar el tiempo y las artes. Allí, en aquél terrible escenario, animales inconclusos peleaban entre el mar sulfuroso y la humeante tierra trémula, buscando cualquier cosa para calmar sus apetitos. Allí, en aquel paisaje infernal, aquellas comunidades de hombres vítreos (podemos llamarlos de hombres, no podrían ser llamados de otra manera), comenzaron a progresar. Al principio eran pocos pero el paso inexorable de los milenios, su gran capacidad de adaptación (su estómago era de diamantes) y su inteligencia, les hizo multiplicarse y ocupar todos los rincones del Gran Continente Madre, Pangea.

Los días y las noches no hicieron otra cosa que constatar lo previsible. La Luna, vieja testigo se enfrió poco a poco y con sus reflejos luminosos sirvió de guía para que aquellas emergentes comunidades profundizasen en el desarrollo de habilidades matemáticas, de cálculos astrofísicos, de teorías y corrientes filosóficas, de innumeras y variopintas religiones… pero, sobre todo, de un anhelo, de un sentimiento gregario y nada común, el deseo de volar… Habían observado el tosco planeo de alguno de los animales que poblaban los acantilados y se quedaban encandilados, maravillados, con el dominio y la pericia de estos. Había diferentes especies y tamaños pero nada comparable con el portentoso Senix, un animal endemoniadamente bello y raro que dominaba aquellos cielos conturbados con fumarolas y explosiones de material ígneo. Esa era la única figura que podían reproducir o tatuar. Era, de alguna manera, su Dios. Estaban hipnotizados. Todos. En aquellos sangrientos atardeceres no había otro espectáculo más esperado que el vuelo de aquellos privilegiados seres. Como los envidiaban…

El progreso de aquellas comunidades se hizo patente con la creación de preciosas herramientas de vidrio; de imponentes edificios con ladrillos de cristal; de miradores portentosos con mil espejos junto a los acantilados donde aquellos prodigiosos dueños del arte del vuelo desovaban. Si alguno de los frecuentes terremotos los destruía, ellos recuperaban los restos de las construcciones para reciclarlos… como aparatos de comunicación, pantallas de plasma, espejos maravillosos, nuevos ladrillos coloridos o en ostentosas vestimentas con sutiles transparencias, hasta superar con creces los logros conseguidos por la generación anterior. Todo aquel material era aprovechado inteligentemente haciendo variadas composiciones moleculares resistentes y dúctiles, pero de cristal. Estaban especializados, ellos eran transparentes y conocían bien su naturaleza. Los antiguos libros eran del mismo material y las bibliotecas… hasta el tiempo era medido gracias a la materia madre… sus relojes, eran hechos con precisos e uniformes granos de arena, de cuarzo, bien cristalizados que caían rítmicamente en las diferentes ampollas que atrapaban el tiempo presente y hacían de él pasado reciente o eterno, mítico y oscuro. Las artes… que decir de aquellas delicadas y majestuosas pinacotecas... La evolución de sus leyes, su justicia social, todo era equilibrado excepto su pasión ancestral y fustrada por el vuelo. Ellos no tenían prisa por vivir, solo tenían prisa por volar. Lo intentaron, por supuesto… pero, infelizmente, no podemos decir que lo consiguieran.

De esta forma, nadie hizo mucho caso con las primeras muertes. La noticia no se comentó ni tan siquiera cuando ocurrieron los primeros casos en masa. Iniciaron esta corriente grupos de ancianos que, hartos de vida, procuraron dar sentido a su existencia acabando con ella. Les siguieron algunos deportistas retirados procurando alguna exclusiva para sustentar el estatus de sus familias. Todos individualizaron esa información y la rumiaron con los ojos vidriados en la televisión sin decir nada ni a la familia, ni a los amigos. De alguna manera solo con mirarlos a la cara ya se sabía que estaban pensando… no eran de guardar secretos. El caso es que cierto día, aquel continuo asombro y adoración grupal por volar fue acercando comunidades enteras cada vez más cerca de los acantilados y los desastres, las calamidades fueron tornándose naturales. Esa naturalidad los siguió empujando a la vera de los riscos todos los atardeceres. Familias enteras se acercaban día tras día a los miradores y se sentaban colgando las piernas en el vacío (no tenían vértigo). Muchos no resistían la tentación y cegados por el sol, sucumbían a la belleza del momento y saltaban. Los niños imitaban a sus padres y les seguían en el fugaz vuelo. El choque contra las piedras del fondo era escalofriante y generaba un sonido terrible y cruel, un barullo mortal y definitivo a cristales rotos. Los restos eran rítmica y mecánicamente barridos por aquellas ondas turquesas que enviaba impasible el horizonte marino. Así, como una cruel y metódica inmolación, familias enteras, sociedades enteras sucumbieron en toda la costa del continente primigenio. También llegó aquella terrible hipnosis suicida a los poblados del interior, donde se saltaba desde miradores construidos en las montañas más agrestes, cerca de los volcanes donde los dioses anidaban.

Algunos rebeldes consiguieron reflexionar sobre aquella locura pero el dolor les hizo desistir. Parecía que nadie podía hacer nada frente a aquel capricho, aquella sublime pasión incontrolada. Se quedaban, grupos enteros, colgados en aquellos miradores viendo los Senixs realizar sus piruetas y planear antes de recogerse… En ese momento cuando el cielo quedaba vacío y el sol comenzaba a esconderse, nacía dentro de ellos un impulso, un acto reflejo interior, una inercia. Y entonces se incorporaban, alzaban sus brazos y mirando al sol saltaban al vacío con una sonrisa traslúcida en el rostro. Saltando el primero, casi todos seguían detrás, aprovechando, estúpida y alegremente el corto salto, sin pensar que dejaban para atrás… Al día siguiente, los escasos supervivientes no tenían ninguna motivación extra para vivir en aquellas ciudades fantasma y no podían hacer otra cosa que emular el espectáculo del día anterior… y del anterior… y del anterior… observando la siguiente puesta de Sol.

La tierra se enfrió. Los volcanes de ahora ya no son como los de antes. El continente madre dio lugar a otros que intentan abrazar el planeta. El océano murió y resucitó varias veces y parece que vuelve a morir. Los restos de aquella civilización aparecen ahora en minas o en playas inexpugnables como hermosas piedrecitas de diferentes colores. Algunos de estos vestigios son usados como adorno para delicados pescuezos que intentan darle sentido a la palabra jerarquía… pero, en esta nueva sociedad (no tan transparente pero con libros y bibliotecas de cristal) algo no cambió, algo quedó inmutable y pasó para nuestro código genético de homo zappiens como un virus pre-histórico. Seguramente, fuimos contaminados por los primeros vasos o jarras que sirvieron para beber o almacenar el vino, la cerveza o el agua… Tal vez fueron… tal vez sean los espejos que reflejan (algunas veces) nuestra propia imagen. Debe de ser ese pérfido rasgo de la auto-destrucción. Y hoy millones de años más tarde, nosotros también estamos hipnotizados por el vuelo, por el vuelo de esos satélites que nos reenvían información de pájaros y pájaras, directamente a nuestros teléfonos móviles, a nuestros ordenadores (que nos ordenan…). Y colocamos a nuestras familias, a nuestros amigos, a nuestra sociedad… al borde del abismo. Sin escucharlos, sin escucharnos. Cegados por el Sol. Hasta nos olvidamos del delicado y sutil equilibrio que tiene nuestro planeta… nuestra madre. Y cada día, cada atardecer… sin poder remediarlo, saltamos.

                                                                                                                  jcarlosgrey@hotmail.com

quarta-feira, 10 de outubro de 2012

segunda-feira, 8 de outubro de 2012

PIEDRAS NEGRAS


Hace tiempo que no veo ningún mensaje en el horizonte. Ni tan siquiera alguno de los incendios fortuitos, la lluvia ácida o una lejana nube me hacen soñar fugazmente, ni me dan alguna gota de ilusión con las que beban mis cansados ojos o brillen las casi olvidadas  esperanzas de que pueda haber alguien más. Y aquellas islas siguen allí, tan lejanas como siempre. Desde que mi ultra-ligero se quedó sin combustible y tuve que aterrizar en esta maldita islilla no puedo pensar en  otra cosa que en encontrar a alguien.  No puede ser que solo quede yo. Desde hace muchos días creo que el futuro no me traerá nada nuevo a esta playa. Son más de treinta años de soledad desde que intenté aprovechar aquel descubrimiento del hangar y el depósito de gasolina, olvidados en el polvoriento pueblo del desierto. Más me hubiera valido quedarme quieto, pero tenía que intentarlo. No podía seguir deambulando por aquellas carcasas de cemento sin vida.

            El menú de cocos: pasta de cocos, conserva de cocos, galletas de coco, coco salado, coco dulce, licor de coco; lagartijas, serpientes, algún pajarillo enfermo,  roedores, insectos y pececillos contaminados no me sienta tan mal, continuo vivo. Creo haber conseguido alguna estabilidad en estos años: una buena casa con vistas a este mar fétido, para otear ese horizonte de sangre y a ese Dios en llamas, a ese sol dañino al que no puedo ni nombrar para no quemar mi inútil lengua, desgastada de no usarla. Antes hablaba sólo, hablaba de noche, en la penumbra de mi cueva, le hablaba al fuego… pero decidí poner fin a esa locura. Ahora les hablo a ellos, a los animales que consigo atrapar en las trampas que tengo distribuidas en todas las sendas. Pero ellos no me responden y tengo que sacrificarlos antes de que mueran. Tan solo aquel ruiseñor errante me acompañó durante algunos días con sus trinos antes de desaparecer en el horizonte. ¿Qué habrá sido de él?

 Conseguí canalizar y filtrar  el agua que se condensaba en las hojas de estas palmeras duronas y así consigo tomar una especie de té medio decente. Ellas son mi ejemplo a seguir, continúan peleando por vivir y cuando parecen muertas… un brote verde aparece semanas después diciéndome  que continúan allí luchando como yo. Por eso no termino de arrojar la toalla con los jodidos cocos. Son como el regalo de una madre y aunque no me gusten demasiado, no les pongo mala cara.

            Cada día controlo las trampas de las veredas, recojo las ramas secas para la cocina y para la hoguera del mirador. Siento como un cosquilleo especial cuando tengo que subir allí. Aunque no hable con nadie, no renuncio a comunicarme… por eso son tan importantes esas piedras oscuras que vomita el mar… Primero paso por la playa para ver si algún cangrejo o algún pez cayeron en las cestas y rebusco esas rocas raras que se abren como conchas y que llevan números inservibles. Eran una plaga, basura industrial, pero ahora son mi pasaporte para conectarme con el mundo. Antes, parece que toda la gente las utilizaba. Antes de que cayesen todos los satélites. Antes de que se prohibiesen los ordenadores y los medios de comunicación independientes, para obligarnos a todos a usar otros aparatos más nuevos, más avanzados. Eran una especie de pin oficial, de chip, localizado en una de las orejas y que servía para enviarnos noticias, músicas y órdenes. Un castigo. Siempre estábamos controlados. El mío conseguí arrancármelo hace años… Ahora esas piedras gastadas y oxidadas, una vez  secas, arden tan bien… producen un hermoso humo de colores, diferente y denso que contrasta con el débil humo gris de los islotes que aún soportan el avance impasible del podrido mar. En la hoguera del mirador, las piedras Nokia generan una bola azul; las Motorola una bola negra; las Erikson una bola roja... Cualquier humano que las vea sabrá que estoy aquí esperando. Pero son ya tantos años sin ninguna respuesta, sin ninguna señal… que al parecer estoy solo.                                                                  

 

J. Carlos Grey

sexta-feira, 5 de outubro de 2012

terça-feira, 25 de setembro de 2012

EL LANCERO NEGRO

                                                                                                                 Pelotas 28/11/2008 

          ¡Sí, yo soy un lancero negro. Uno de "aquellos lanceros negros"...!    
Esa era la respuesta serena y esperada para la pregunta temblorosa de aquel "alemán" de la colonia, accidentado en el barranco de los porongos que, a duras penas,  podía aguantar el dolor o pronunciar dos palabras seguidas sin sentir como la sangre se le escapaba de sus heridas. 
Los ojos gastados de aquel gaucho parecieron transmitir mucho más de lo que dijo en aquellas breves palabras que resonaron como  truenos y fueron llevadas por el viento hasta más allá del horizonte pampeano, en busca de un sol que huía. Su sonrisa triste se fue diluyendo entre la niebla del barranco y su tez morena,  maltratada por los fríos amaneceres, confundiéndose  entre las sombras de los matorrales. Poco después su imagen se agrandó junto a una hoguera, el lancero terminaba de cebar un amargo... para ofrecérselo al herido, a la vez que lo tapaba con una confortable manta. Las  tintineantes brasas se iban escapando para el oscuro cielo como haciendo parte del firmamento, rumbo al cruceiro do sul, mientras el frío se iba adueñando de la tierra. Otro mate y un pañuelo húmedo limpiando su rostro ensangrentado fue lo último que Roberto recordaba antes de ver como aquellas luces tintineantes se movían a pares, parpadeaban cerca de él... y le sonreían, para después alejarse silenciosamente. Eran muchos más, eran unos centenares, eran ellos... estaban allí junto a él. Eran los lanceros.  
En la mañana siguiente, aquel malherido transportista de verduras se despertó junto a la cuneta de la carretera por donde había caído. Estaba bien acomodado junto a una “figueira” vieja. El rastro de la frenada se podía ver claramente  en el gastado asfalto y en el nuevo velo blanco de la helada. El sol apareció fugazmente entre la bruma, desde el lugar contrario, como con amnesia de su cobarde atardecer y desde su improvisado lecho, aquel mozo de 33 años, natural de Canguçu, vió en el fondo del barranco su vieja furgoneta azul. Estaba destrozada junto a la carga vegetal, con las cajas multicolores esparcidas en torno de ella... Al lado, numerosos hombres, con ponchos grises y semblante triste, enarbolaban las pesadas e inútiles lanzas farropilhas con el desencanto de quienes fueron victimas de la traición y el olvido. Apagaban los rescoldos de aquellas hogueras, sin prisa alguna, y se confundían con el horizonte utópico y mítico de La Pampa. 
Poco después llegaron varios coches que pararon con violencia junto al herido. Gritaron, lo zarandearon y pidieron ayuda con sus teléfonos móviles y, en pocos minutos, el ruido de sirenas se hizo presente en el local. La policía llegó y señalizó aquella curva maldita. La ambulancia por poco no cayó también al barranco y los enfermeros se esmeraron en atender a Roberto que, en estado lastimoso, no podía ni contestar a las inconvenientes preguntas de todos. Varios niños que salieron de los coches para hacer un pis, y aprovechar la parada, miraban como hipnotizados al fondo de la ladera, hacia la furgoneta y parecían ver algo más que el resto de la gente que se agolpaba para ver las secuelas del accidente. Aquellos rapaces saludaban de forma extraña al vacío y Roberto, imitándolos, juntó sus últimas fuerzas para derramar de sus labios un último y sincero adiós...
Una lágrima de impotencia fue la última gota de expresión del rubicundo ensangrentado que cayó exhausto en la hamaca mientras era introducido dentro de la ruidosa ambulancia. 
Los policías recogieron los efectos personales del herido y los metieron en una bolsa. Eran pocas cosas, una cuia, una bomba de plata, un pañuelo rojo lleno de sangre seca y un poncho viejo, muy viejo y gastado, rasgado, con señales de haber sido baleado... Entre ellos comentaron: 
- No sé como ha podido resistir a esta noche tan fría... menos mal que tenía el mate... y el poncho. Este, es de los antiguos....  calienta de verdad. Este viejo poncho le ha salvado la vida.  
- Ya..., pero lo que no entiendo es como pudo subir la cuesta con esa vegetación y con las dos piernas quebradas... No es tan fácil salir vivo del barranco de los Porongos.  Además la “cuia” estaba todavía caliente y la bomba de plata es vieja, muy vieja… ¿Has visto la fecha que tiene?

28 de novembro de 1.844
                                                              J. Carlos  Grey


domingo, 26 de fevereiro de 2012

TARIFAS - AULAS DE ESPAÑOL - PELOTAS RS BRASIL

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